De todos los animales terrestres que existen bajo control humano, los pollos y las gallinas son, con diferencia, quienes están peor. La tragedia de los pollos usados para engorde es un caso peculiar que no trataré ahora. Pero básicamente, los pollos son quienes están en las peores condiciones, y por ser más pequeños que otros animales, se matan más pollos para producir la misma cantidad de carne que si esa carne proviniera de animales más grandes, como cerdos o vacas.
Por su parte, los huevos son especialmente dañinos para los animales por al menos dos razones. En primer lugar, las gallinas criadas para la producción de huevos se encuentran entre los animales más abusados del planeta. La selección genética, además, ha hecho estragos en sus cuerpos: mientras a comienzos del siglo XX una “gallina ponedora” producía unos 30 huevos al año, un siglo más tarde, gracias a la selección genética, la media anual por gallina supera los 250 huevos[1]. Otros ajustan esa cifra a unos 300 huevos por gallina al año[2]. Todo ello les ocasiona terribles dolencias y enfermedades.
La segunda razón por la que consumir huevos es dañino es, quizás, no tan obvia: los huevos implican violentas matanzas de pollitos machos. Los pollitos machos no sirven para la puesta de huevos, y dado que no han sufrido la selección genética a la que sí han estado sometidos los pollos broiler, criarlos para producir carne tampoco es rentable. Lo más conveniente, a ojos de la industria, es matarlos. La forma menos cruel de hacerlo, según la Unión Europea (la región con los estándares de bienestar animal más elevados), es triturarlos vivos y completamente conscientes[3]. Sin embargo, otras prácticas habituales son dejarlos morir aplastados en la basura, a golpes o asfixiados.
Vista esta realidad, ¿qué sería lo mejor para esas gallinas? Seguramente, nunca existir o solo existir para tener vidas felices, en un mundo donde la industria del huevo es cosa del pasado. Sin embargo, sabemos que hoy en día, no contamos con una masa crítica suficiente ni con oportunidades institucionales para que una aspiración semejante prospere.
Entonces, ¿tiene sentido decir que la situación de una gallina no enjaulada es mejor o menos dañina que una gallina en una jaula? Sí, absolutamente. ¿Tiene sentido decir que seguir criando gallinas para la puesta de huevos, aún sin jaulas, está mal? Sí, absolutamente. Decir que ciertas prácticas son “menos dañinas” ¿significa que son aceptables y que debemos relajarnos y no hacer más al respecto? No, en absoluto. Mantener gallinas para producir huevos fuera de jaulas no está bien, pero es menos malo que explotarlas para el mismo fin en condiciones de extremo hacinamiento. Explotar gallinas sin jaulas está mal, pero es mejor o menos malo. Es ambas cosas.
El sufrimiento de los animales importa y ellos necesitan toda la ayuda posible. Ello nos impone la obligación de actuar pragmáticamente. Para esos individuos, es necesaria una estrategia que haga una diferencia real en sus vidas en el menor tiempo posible. Necesitan un doble enfoque que, por una parte, socave el especismo a nivel individual y social, y, por otra, que tenga suficiente capacidad de flexibilidad y adecuación pragmática a las posibilidades actuales de cambio institucional. Para quienes somos activistas, esto es quizás uno de nuestros mayores desafíos y nuestra máxima responsabilidad de cara a quienes están sufriendo.
[1] Lenhart, S. (2001). Producción de aves de corral y huevos. Ganadería y cría de animales. INSHT (Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo).
[2] Comisión Europea (2016, 18 de junio). Animal welfare on the farm. CE.